Carmen Martín Gaite: la conversación infinita

Marta Rojo
5 min readJan 23, 2022

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Una noche, una escritora despierta sobresaltada al oír el timbre de la puerta. Un hombre anuncia que ha venido para entrevistarla, una cita que ella no recuerda, pero a la que accede, ávida de conversación. Durante la noche, ella desgrana para él sus recuerdos de infancia, describe la España en blanco y negro de la postguerra, relata su vida e intercambia con el extraño opiniones sobre la literatura y la escritura.

Una noche, llega a una gran casa vacía en un pueblo gallego un joven que busca a su tía, a la que hace años que no ve. Ambos esperan, en el salón del caserío, la muerte de una anciana, abuela de ella y bisabuela de él y, mientras tanto, entrelazan largos monólogos que son, en realidad, una conversación aplazada durante muchos años.

El cuatro de atrás y Retahílas son, sobre todo, dos largas conversaciones. El diálogo no es central en lo que ocurre; el diálogo es lo que ocurre. Los personajes hablan sobre el hecho de hablar, sobre la incomunicación y sobre la literatura como larga charla. Eulalia y Germán en Retahílas, y la escritora y el visitante de El cuarto de atrás, recogen todo el universo literario de su autora, Carmen Martín Gaite, definido perfectamente en el título de otra de sus obras, la recopilación de ensayos La búsqueda del interlocutor.

“Si siempre pudiéramos hablar bien con toda la gente, tal como queremos, quizá no escribiríamos; es como un sucedáneo”. Lo dice la propia Martín Gaite en esta entrevista con Joaquín Soler Serrano en A Fondo, en 1981. La literatura es, para la autora, una forma imperfecta de conversación, pero es la que más se le acerca.

Aunque “lo ideal”, según Martín Gaite, “es que aparezca en carne y hueso el receptor real de esa palabra”, no hay conversación sin que antes uno se haya contado las cosas a sí mismo. Un paso previo necesario pero peligroso, porque en el discurso mental “no existen propiamente palabras o están como en sordina, fantasmas agazapados en un cuarto oscuro”. Ante esos fantasmas, claro, soltar la lengua, porque “mientras la lengua se quede quieta, pegadita al paladar, ¿qué se saca en limpio?, nada”.

“Vivir es disponer de la palabra, recuperarla”, dice Eulalia en Retahílas, y también que “eso es lo fundamental, que no se te vaya el interlocutor”. Es tan fundamental que lo considera una condición imprescindible para la vida, hasta tal punto de que identifica la muerte con la falta de interlocutor: “cuando se detiene su curso se interrumpe la vida”.

Así, dialogar es salvarse, como dice la protagonista de esta novela en este fragmento precioso sobre la palabra:

“Yo en mis ratos de muerte, que son muchos, de obsesión, de ceguera, cuando soy una pescadilla mordiéndose la propia cola, recurro a ese último consuelo de pensar que lo sé, que desde el pozo de oscuridad en que he caído tengo un punto de referencia por haber conocido lo claro y saber cómo es, me acuerdo de que existe la palabra, me digo: ‘la solución está en ella, otras veces me ayudó a salir de trances que me parecían tan horribles como este o peores’, y aunque en ese momento llegué a repudiarla y me niegue a coger la mano que me tiende o hasta pueda parecerme la mano de un amigo pelmazo, lo que no dejo de saber es que me la tiende, cosa que algunas veces todavía da más rabia, te advierto, irrita su invitación silenciosa a hacer un esfuerzo”.

Por medio de la palabra, el interlocutor salva de la muerte y de la soledad. Quizá es por eso que Martín Gaite pone en boca de Eulalia unas palabras que equiparan el diálogo con la religión: “No creo en sus dioses, qué más quisiera, ni en nada, aunque sí, en esto de hablar con los demás cuando se tercia sí creo un poco”.

Vivir, salvarse, pero también querer. En Usos amorosos de la postguerra española, un estudio sobre las relaciones entre hombres y mujeres durante los años cuarenta y cincuenta, la autora se revuelve contra la excesiva atención que se presta a las imposiciones del franquismo sobre la moral sexual de las parejas. A su juicio, no es eso lo más grave, sino el hecho de que las convenciones y las pautas sobre las relaciones de pareja impedían a hombre y mujer hablar de verdad, llegar a conocerse, y sin conversación, asegura, es imposible cualquier amor. “Para mí entonces ya estaba más que clara una cosa: poder hablar era quererse”, explica Martín Gaite por medio de los personajes de Retahílas.

INVENTAR UNOS OÍDOS QUE ESCUCHEN

La literatura solo existe, como la vida, si hay un otro, un interlocutor, unos oídos que escuchan o unos ojos que leen. De esta forma, quien escribe cuenta con una ventaja frente a quien habla, una baza para evitar la incomunicación: si no tiene a quién contarle algo, puede inventarlo. “El narrador literario (…) puede inventar ese interlocutor que no ha aparecido, y, de hecho, es el prodigio más serio que lleva a cabo cuando se pone a escribir: inventar con las palabras que dice, y del mismo golpe, los oídos que tendrán que oírlas”.

Pero la falta de interlocutor es inevitable, es un hecho. Y no un hecho cualquiera, sino la condición de posibilidad para que exista la literatura, que surge, según Carmen Martín Gaite, como la respuesta del hombre solo. Así lo afirma en La búsqueda del interlocutor, donde considera que “nunca habría existido invención literaria alguna si los hombres, saciados totalmente en su sed de comunicación, no hubieran llegado a conocer, con la soledad, el acuciante deseo de romperla”. “Se escribe y siempre se ha escrito desde una experimentada incomunicación y al encuentro de un oyente utópico”, resume.

Así dicho, parece que escribir o hablar sean asuntos complicados, casi imposibles, pero no es así. En el modelo de Martín Gaite, toda forma de contar es válida, hasta la que no tiene relación alguna con la realidad, puesto que “lo que está bien contado es igual que si fuera verdad, qué más da la verdad que la mentira”. Además, no hay que perderse en aspiraciones ni en diálogos imposibles, porque la única palabra que existe es la palabra dicha. Las conversaciones, la literatura, vienen cuando vienen y como vienen, y no hay que darle más vueltas al cómo o al cuándo: “no viene a destiempo el discurso, qué va a venir, discurre hoy porque puede, porque su tiempo y su lugar de venir eran estos”.

Una conversación, un refugio, la condición para la vida. Para Carmen Martín Gaite, “toda búsqueda de aprecio, de identidad, de afirmación o de confrontación con el mundo se reduce, en definitiva, a una búsqueda de interlocutor”.

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